¡Cuántas veces escuché la frase: "yo no tengo oído para nada", "tengo una papa en al oreja" "Soy más sordo que una tapia", y otras por el estilo!
Es cierto que el aparato auditivo es frágil. Es cierto que es complejo. Cuando el aparato auditivo está dañado, ciertamente el escuchar se complica. Pero el oír y el escuchar, siendo dos cosas totalmente diferentes, no dependen únicamente del tímpano.
No voy a referirme a los problemas de audición relacionados a problemas físicos sino a los problemas de audición, (o supuestos problemas), que tienen que ver con el ejercicio de la audición en sí. O sea: cómo escuchamos y qué interpretamos.
Por empezar¿Qué entendemos por oír y qué por escuchar?
Si oír es percibir sonidos y escuchar es decodificar y dar sentido a esos sonidos fácilmente caemos en cuenta de la importancia del cerebro, de la intención explícita de comprender lo que se oye.
Y sí: un aparato auditivo medianamente sano oye en forma constante y sin interrupción todo sonido producido en un radio cuyo alcance depende del aparato en sí.
Pero la máquina que oye, requiere de una mente que entienda, que escuche.
Es claro entonces: para escuchar hay que entender, para entender hay que prestar atención.
Es curiosa la cuestión de los sentidos: perciben mucho más de lo que nos percatamos.
La mente otra vez: los ojos ven todo lo que nos rodea, la nariz huele todo lo que nos rodea, la piel siente todo lo que toca o la toca, el oído oye todo sonido a nuestro alrededor.
Y sin embargo cuántas veces vemos sin ver, respiramos sin oler, tragamos sin degustar, tocamos sin sentir, oímos sin escuchar.
Y no porque nuestros sentidos estén dormidos o estén dañados, sino simplemente porque mentalmente estamos cerrados a la percepción.
Así de simple.
Cuando una persona cualquiera, de quien sepa no tiene problema auditivo alguno, me dice que no tiene oído, que es un verdadero sordo, etc. casi siempre con un dejo de resignación y casi esperando que exista alguna manera de hacer música sin escucharla, rápidamente les digo lo que ya todos sabemos aunque nos cueste aceptar: lo único que se requiere para desarrollar una habilidad es práctica.
Así de simple.
Sin excusas.
Un oído medianamente sano es absolutamente capaz de percibir y enviar la información al cerebro.Si el oído oye pero el cerebro no escucha, claramente el problema no está en el oído sino en el cerebro que no sabe o no quiere escuchar.
¿Necesito decir lo importante que es saber escuchar?
El saber es una herramienta, una capacidad que se obtiene por aprendizaje o por talento. El talento es un savoir fair, un saber hacer sin saber cómo se sabe. Y como no se sabe qué lo provoca tampoco se sabe de dónde viene ni cuál es su alcance. Está o no está, es una característica tan única como las huellas digitales. Está, y si está es bueno usarlo. Pero como nadie nace con un manual del usuario, no sabemos que está hasta que se presenta la oportunidad y se muestra a sí mismo. En el caso del oído, un talento es el oído absoluto.
El aprendizaje, por el contrario, es bastante más claro: se sabe de dónde viene, a dónde va, a qué se aplica, y hasta cuánto tiempo tomó el adquirirlo. El aprendizaje es una forma gradual de obtener el saber.
No todos nacemos con oído absoluto, la capacidad de escuchar en forma distinta y con claridad cada sonido y su relación a aquello que lo produce y su afinación de acuerdo a una escala de sonidos.
No, no todos tenemos oído absoluto como talento pero todos, (con un aparato auditivo medianamente sano), podemos adquirirlo mediante la práctica y el aprendizaje.
Cuánto tiempo y a qué grado de percepción se llegue no depende más que del interés que se tenga en adquirir dicha capacidad.
Como en cualquier experiencia en la vida el nivel de interés y compromiso es directamente proporcional a la intensidad y alcance de lo que se experimenta.
Así de simple.
Cuanto más tiempo y atención estemos dispuestos a comprometer, tanto más intensa y profunda es la experiencia.
Y cuanto más nos sumergimos en la experiencia, en el momento, más rica y completa es la percepción.
Cuanto más rica y completa la percepción, mayor es el nivel de disfrute y por ende mayor la capacidad de proporcionarnos felicidad.
Como ya sabemos, el sonido es una onda que viaja en el espacio y a través de los objetos. Nuestro cuerpo es físico, la representación material de nuestro ser. Su materia es sensible a las ondas sonoras. El sonido atraviesa la totalidad del cuerpo. Estas ondas sonoras vibran en todo nuestro ser. El aparato auditivo es sólo la parte más sensible al sonido y que más inmediata y claramente lo transmite al cerebro. No es casual que las orejas estén pegadas al cráneo.
Pero a no olvidar que el cuerpo entero percibe el sonido, como es evidente cuando asistimos a un recital o una disco donde los decibeles son tan altos que claramente percibimos estas vibraciones desde la planta de los pies hasta la cabeza.
En un mundo que nos aturde con su sobrecarga de información visual, sonora, olfativa, etc. es paradójico que no nos permita el tiempo mínimo necesario para ahondar en la percepción.
No son los sentidos que no funcionan, es la sobredosis, el exceso lo que nos hace inmunes a la percepción.
Pero, sabiendo esto, viéndolo con claridad, solo nos queda aceptar que nadie nos va a dar el permiso y la oportunidad para ampliar nuestra percepción, para disfrutar más de lo que ya tenemos, porque es evidente, no es rentable detenerse a disfrutar sino continuar acumulando. Y cuanto más acumulamos, menos capaces somos, más inmunes nos tornamos al disfrute. La flor más perfecta, el rostro más bello, la melodía más dulce se tronan insufribles con el exceso de la repetición. Nuestro platillo favorito es intragable si es lo único que comemos cada día, varias veces al día.
No, nadie nos va a dar el permiso. Somos nosotros quienes podemos darnos ese permiso. Y nadie más. No depende de la edad, ni de la capacidad de ahorro. No depende de la compañía, ni del lugar donde estamos. Sólo depende de nosotros. Aquí y ahora. Donde sea que estemos. Como sea que estemos.
26 abril 2011
23 abril 2011
El cuerpo como instrumento
Gran y común error es considerar a las cuerdas vocales como únicas productoras de la voz.
En realidad el cuerpo entero debe ser tratado y entendido como un instrumento.
Somos, de pies a cabeza un instrumento. Melódico o rítmico, dependiendo de cómo se lo utilice. O incluso ambos.
Cierto es que las cuerdas vocales son, por usar una metáfora, el eslabón débil de la cadena: son frágiles, cualquier fresco irrita e inflama la zona, generando disfonía e incluso afonía. Cualquier catarro las molesta, cualquier tensión las paraliza.
Pero en rigor de verdad las cuerdas son sólo eso: un eslabón de la cadena.
El cuerpo es el que las contiene, son parte de nosotros. El cuerpo contiene también los pulmones, la caja toráxica, y la cabeza que es en definitiva la que vocaliza y ecualiza los sonidos producidos por el paso del aire a la altura de las cuerdas vocales.
Y el cuerpo se sustenta en nuestras dos piernas, y la garganta y cuello están conectados a los hombros, los brazos y hasta las manos.
El sonido es un efecto físico, una vibración que viaja en el espacio y a través de los cuerpos.
Hay cuerpos que absorben los sonidos por su cualidad espesa y opaca, otros lo reflectan, por su cualidad lisa y fina, provocando lo que conocemos como reverberación y eco. A nuestro cuerpo le caben ambas cualidades: puede ser absorbente tanto como refractante, dependiendo de cómo lo utilicemos.
¡Más aún! el cuerpo es a la vez productor y receptor a un mismo tiempo: es un aparato fonador a la vez que es un aparato receptor. Y esta doble cualidad, aparentemente diversa es, paradójicamente, lo que nos permite emitir y a la vez percibir. Esta doble cualidad es lo que nos permite expresarnos cabalmente.
Más adelante voy a referirme al cuerpo como aparato receptor, pero ahora quiero enfocarme en el cuerpo como instrumento, es decir, como aparato fonador en su totalidad.
Las piernas y su posición nos da la estabilidad para que el sistema respiratorio funcione a pleno. Y esto es básico para poder contar con un sonido claro y capaz de controlar su potencia, sus volúmenes, lo que en lenguaje musical se denomina "dinámica".
Por su parte, los brazos y su peso en estado de relajación ayudan, a su vez, a la correcta postura de la garganta, permitiendo el paso del aire, así como la correcta vibración de las cuerdas.
Una postura recta, más no en tensión, de la espalda permite el paso del aire, tanto como a una correcta reverberación del sonido.
La postura de la cabeza va a determinar la ecualización del sonido producido a la altura de las cuerdas vocales: medios, bajos y brillo van a delinear la calidad del sonido final.
Queda claro, entonces, que es necesario estar en absoluta comunión con la totalidad del cuerpo, su musculatura, sus órganos internos y externos y hasta el mismo esqueleto: todo hace al instrumento.
Finalmente es el cerebro quien ordena el cuerpo, pero es el espíritu quien permite el estado justo de relajación. Una mente alterada por los sucesos cotidianos, un cuerpo maltratado por un día de tensiones, un espíritu magullado por los traumas y las presiones no están en condiciones de producir un sonido agradable
¿Cuántos detestamos nuestra propia voz? ¿Y la voz de otros? ¡Qué común es sentirse atraídos o repelidos por la voz propia o ajena! Dicen que el alma se refleja en en la mirada... yo sé que el alma se percibe en la voz. Y lo que la voz muestra es imposible enmascarar.
Somos nuestra voz, mas nuestra voz puede reflejar nuestro ser o aquello en lo que nos hemos transformado.
La voz puede ser también la máscara que nos hemos acostumbrado a usar sin saberlo.
Es importante saber que nuestra voz natural es tan bella como nuestro ser natural. Si nuestra voz no es agradable es acaso que no estamos de acuerdo a nuestro verdadero ser.
Todos podemos cantar. Todos tenemos esa belleza interior que sólo puede mostrarse en nuestra voz. Tantas bellas voces no corresponden a cuerpos perfectos, ni a seres exitosos. Aquello que no vemos, aquello que no es evidente según las normas sociales y estéticas se deja percibir en la voz. ¿Cuántos se han enamorado de las voces de Pavarotti, Susan Boyle y Barry White? ¿Significa esto que son ellos mejores personas? No necesariamente, pero sí son personas que están en armonía con quienes son, se aceptan en su belleza única y esto se hace evidente en su voz. ¿Han notado como ninguno de ellos ha incurrido en cirugías estéticas ni dietas?
Vale entonces la pena arriesgarse a hacer ese viaje al interior, esta introspección que nos ayuda a encontrar la armonía, esa belleza única que reside en todos y cada uno de nosotros.
Aprender a conocernos es aprender a aceptarnos, y aceptarnos como somos es el paso más firme en el camino a una vida plena y felíz.
En realidad el cuerpo entero debe ser tratado y entendido como un instrumento.
Somos, de pies a cabeza un instrumento. Melódico o rítmico, dependiendo de cómo se lo utilice. O incluso ambos.
Cierto es que las cuerdas vocales son, por usar una metáfora, el eslabón débil de la cadena: son frágiles, cualquier fresco irrita e inflama la zona, generando disfonía e incluso afonía. Cualquier catarro las molesta, cualquier tensión las paraliza.
Pero en rigor de verdad las cuerdas son sólo eso: un eslabón de la cadena.
El cuerpo es el que las contiene, son parte de nosotros. El cuerpo contiene también los pulmones, la caja toráxica, y la cabeza que es en definitiva la que vocaliza y ecualiza los sonidos producidos por el paso del aire a la altura de las cuerdas vocales.
Y el cuerpo se sustenta en nuestras dos piernas, y la garganta y cuello están conectados a los hombros, los brazos y hasta las manos.
El sonido es un efecto físico, una vibración que viaja en el espacio y a través de los cuerpos.
Hay cuerpos que absorben los sonidos por su cualidad espesa y opaca, otros lo reflectan, por su cualidad lisa y fina, provocando lo que conocemos como reverberación y eco. A nuestro cuerpo le caben ambas cualidades: puede ser absorbente tanto como refractante, dependiendo de cómo lo utilicemos.
¡Más aún! el cuerpo es a la vez productor y receptor a un mismo tiempo: es un aparato fonador a la vez que es un aparato receptor. Y esta doble cualidad, aparentemente diversa es, paradójicamente, lo que nos permite emitir y a la vez percibir. Esta doble cualidad es lo que nos permite expresarnos cabalmente.
Más adelante voy a referirme al cuerpo como aparato receptor, pero ahora quiero enfocarme en el cuerpo como instrumento, es decir, como aparato fonador en su totalidad.
Las piernas y su posición nos da la estabilidad para que el sistema respiratorio funcione a pleno. Y esto es básico para poder contar con un sonido claro y capaz de controlar su potencia, sus volúmenes, lo que en lenguaje musical se denomina "dinámica".
Por su parte, los brazos y su peso en estado de relajación ayudan, a su vez, a la correcta postura de la garganta, permitiendo el paso del aire, así como la correcta vibración de las cuerdas.
Una postura recta, más no en tensión, de la espalda permite el paso del aire, tanto como a una correcta reverberación del sonido.
La postura de la cabeza va a determinar la ecualización del sonido producido a la altura de las cuerdas vocales: medios, bajos y brillo van a delinear la calidad del sonido final.
Queda claro, entonces, que es necesario estar en absoluta comunión con la totalidad del cuerpo, su musculatura, sus órganos internos y externos y hasta el mismo esqueleto: todo hace al instrumento.
Finalmente es el cerebro quien ordena el cuerpo, pero es el espíritu quien permite el estado justo de relajación. Una mente alterada por los sucesos cotidianos, un cuerpo maltratado por un día de tensiones, un espíritu magullado por los traumas y las presiones no están en condiciones de producir un sonido agradable
¿Cuántos detestamos nuestra propia voz? ¿Y la voz de otros? ¡Qué común es sentirse atraídos o repelidos por la voz propia o ajena! Dicen que el alma se refleja en en la mirada... yo sé que el alma se percibe en la voz. Y lo que la voz muestra es imposible enmascarar.
Somos nuestra voz, mas nuestra voz puede reflejar nuestro ser o aquello en lo que nos hemos transformado.
La voz puede ser también la máscara que nos hemos acostumbrado a usar sin saberlo.
Es importante saber que nuestra voz natural es tan bella como nuestro ser natural. Si nuestra voz no es agradable es acaso que no estamos de acuerdo a nuestro verdadero ser.
Todos podemos cantar. Todos tenemos esa belleza interior que sólo puede mostrarse en nuestra voz. Tantas bellas voces no corresponden a cuerpos perfectos, ni a seres exitosos. Aquello que no vemos, aquello que no es evidente según las normas sociales y estéticas se deja percibir en la voz. ¿Cuántos se han enamorado de las voces de Pavarotti, Susan Boyle y Barry White? ¿Significa esto que son ellos mejores personas? No necesariamente, pero sí son personas que están en armonía con quienes son, se aceptan en su belleza única y esto se hace evidente en su voz. ¿Han notado como ninguno de ellos ha incurrido en cirugías estéticas ni dietas?
Vale entonces la pena arriesgarse a hacer ese viaje al interior, esta introspección que nos ayuda a encontrar la armonía, esa belleza única que reside en todos y cada uno de nosotros.
Aprender a conocernos es aprender a aceptarnos, y aceptarnos como somos es el paso más firme en el camino a una vida plena y felíz.
22 abril 2011
La voz, más que un medio de expresión.
El aparato vocal es, junto con otras características físicas, una de las más claras diferencias que tenemos respecto a los animales. Es complejo tanto como frágil. Es rico en posibilidades, tanto como las capacidades del cerebro humano de expresar ideas al igual que emociones.
Para poseer un aparato vocal, fué necesario un desarrollo que abarca lo concreto tanto como lo abstracto, lo emocional tanto como lo intelectual.
Las finas y delicadas cuerdas vocales que tan cotidianamente utilizamos y hasta forzamos, casi sin prestarles mayor atención, son el producto de la separación de la faringe y laringe, cosa que sucede luego del período de lactancia.
Y tiene lógica: un bebé lactante ciertamente no tiene manejo del lenguaje, su cerebro no está suficientemente desarrollado para comprender y ejercitar la simbología linguística. A un lactante humano, tanto como a los animales en general les alcanza con emitir sonidos básicos para expresar sentimientos y necesidades igualmente básicas.
Y así como la madurez nos trae pensamientos cada vez más complejos, también se complejizan los sentimientos y desde luego, el cuerpo físico acompaña.
Si hemos de pensar una trilogía básica en el ser humano, no podemos escapar a la evidente: mente, cuerpo, espíritu.
El mero devenir de la vida nos enriquece en experiencias que, no siempre, somos capaces de procesar y expresar.
Aquella fuerte conexión emocional espiritual y física que gozábamos en nuestra infancia se va perdiendo gracias a traumas varios y mandatos sociales.
Como resultado la capacidad creativa se va acotando a medida que el conocimiento y las restricciones culturales van delineando sus caminos, tanto como las emociones encuentran topes que, finalmente, se reflejan en su contraparte física.
Enfrentados al desbalance social y cultural mente, cuerpo y espíritu van desdibujando su individualidad para adaptarse a un medio que les exige ser lo que no son.
¿Quién soy? Es la pregunta más difícil de responder, y aunque muchos creen tener la respuesta, la realidad es que rara vez estamos seguros.
Sin embargo no faltan quienes aseguren poder ofrecer tal respuesta: religiones, psicología, filosofía, medicina, gurús, videntes, amigos y familiares nos ofrecen su visión.
La palabra más calificada, la más objetiva, la verdadera es, a pesar de todo, la única que no se expresa: la propia.
Esta palabra, esta voz, tan única e irrepetible en cada ser humano como sus huellas digitales, como su propia vida es la que vale.
Por largos años me he dedicado al estudio de mi propia voz, en principio, y luego a la voz de los otros.
Tantos otros años de enseñanza en el campo de la voz me dieron no sólo la posibilidad de entender la voz humana sino también su función como medio de expresión física del alma y el intelecto.
Encontré que, para ser un buen cantante, realmente ser capaz de expresarse en forma única, bella y completa es necesaria la armonía de esta "divina trinidad", mente, cuerpo y espíritu. Pero lo más enriquecedor fué descubrir, no sin inmenso placer, que Todas las voces son bellas.
Lentamente fué desarrollándose una técnica de trabajo vocal que permite el autoconocimiento desde dentro y a partir de lo físico para lograr, no sin esfuerzo, una armonía tal que lo expresado sea, sin dudas, una muestra cabal de la persona que canta.
Y esto es lo que ofrezco: el desarrollo de las herramientas necesarias para el autoconocimiento. De allí, la armonía. Lo que no puedo, sin embargo, es moldear el ser, sino señalar las puertas que cada quien ha de abrir para encontrar, de una vez, lo más bello que se nos ha regalado: VOZ PROPIA.
Para poseer un aparato vocal, fué necesario un desarrollo que abarca lo concreto tanto como lo abstracto, lo emocional tanto como lo intelectual.
Las finas y delicadas cuerdas vocales que tan cotidianamente utilizamos y hasta forzamos, casi sin prestarles mayor atención, son el producto de la separación de la faringe y laringe, cosa que sucede luego del período de lactancia.
Y tiene lógica: un bebé lactante ciertamente no tiene manejo del lenguaje, su cerebro no está suficientemente desarrollado para comprender y ejercitar la simbología linguística. A un lactante humano, tanto como a los animales en general les alcanza con emitir sonidos básicos para expresar sentimientos y necesidades igualmente básicas.
Y así como la madurez nos trae pensamientos cada vez más complejos, también se complejizan los sentimientos y desde luego, el cuerpo físico acompaña.
Si hemos de pensar una trilogía básica en el ser humano, no podemos escapar a la evidente: mente, cuerpo, espíritu.
El mero devenir de la vida nos enriquece en experiencias que, no siempre, somos capaces de procesar y expresar.
Aquella fuerte conexión emocional espiritual y física que gozábamos en nuestra infancia se va perdiendo gracias a traumas varios y mandatos sociales.
Como resultado la capacidad creativa se va acotando a medida que el conocimiento y las restricciones culturales van delineando sus caminos, tanto como las emociones encuentran topes que, finalmente, se reflejan en su contraparte física.
Enfrentados al desbalance social y cultural mente, cuerpo y espíritu van desdibujando su individualidad para adaptarse a un medio que les exige ser lo que no son.
¿Quién soy? Es la pregunta más difícil de responder, y aunque muchos creen tener la respuesta, la realidad es que rara vez estamos seguros.
Sin embargo no faltan quienes aseguren poder ofrecer tal respuesta: religiones, psicología, filosofía, medicina, gurús, videntes, amigos y familiares nos ofrecen su visión.
La palabra más calificada, la más objetiva, la verdadera es, a pesar de todo, la única que no se expresa: la propia.
Esta palabra, esta voz, tan única e irrepetible en cada ser humano como sus huellas digitales, como su propia vida es la que vale.
Por largos años me he dedicado al estudio de mi propia voz, en principio, y luego a la voz de los otros.
Tantos otros años de enseñanza en el campo de la voz me dieron no sólo la posibilidad de entender la voz humana sino también su función como medio de expresión física del alma y el intelecto.
Encontré que, para ser un buen cantante, realmente ser capaz de expresarse en forma única, bella y completa es necesaria la armonía de esta "divina trinidad", mente, cuerpo y espíritu. Pero lo más enriquecedor fué descubrir, no sin inmenso placer, que Todas las voces son bellas.
Lentamente fué desarrollándose una técnica de trabajo vocal que permite el autoconocimiento desde dentro y a partir de lo físico para lograr, no sin esfuerzo, una armonía tal que lo expresado sea, sin dudas, una muestra cabal de la persona que canta.
Y esto es lo que ofrezco: el desarrollo de las herramientas necesarias para el autoconocimiento. De allí, la armonía. Lo que no puedo, sin embargo, es moldear el ser, sino señalar las puertas que cada quien ha de abrir para encontrar, de una vez, lo más bello que se nos ha regalado: VOZ PROPIA.
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