26 abril 2011

Todo oídos!!!

¡Cuántas veces escuché la frase: "yo no tengo oído para nada", "tengo una papa en al oreja" "Soy más sordo que una tapia", y otras por el estilo!

Es cierto que el aparato auditivo es frágil. Es cierto que es complejo. Cuando el aparato auditivo está dañado, ciertamente el escuchar se complica. Pero el oír y el escuchar, siendo dos cosas totalmente diferentes, no dependen únicamente del tímpano.

No voy a referirme a los problemas de audición relacionados a problemas físicos sino a los problemas de audición, (o supuestos problemas), que tienen que ver con el ejercicio de la audición en sí. O sea: cómo escuchamos y qué interpretamos.

Por empezar¿Qué entendemos por oír y qué por escuchar?

Si oír es percibir sonidos y escuchar es decodificar y dar sentido a esos sonidos fácilmente caemos en cuenta de la importancia del cerebro, de la intención explícita de comprender lo que se oye.

Y sí: un aparato auditivo medianamente sano oye en forma constante y sin interrupción todo sonido producido en un radio cuyo alcance depende del aparato en sí.

Pero la máquina que oye, requiere de una mente que entienda, que escuche.

Es claro entonces: para escuchar hay que entender, para entender hay que prestar atención.

Es curiosa la cuestión de los sentidos: perciben mucho más de lo que nos percatamos.

La mente otra vez: los ojos ven todo lo que nos rodea, la nariz huele todo lo que nos rodea, la piel siente todo lo que toca o la toca, el oído oye todo sonido a nuestro alrededor.

Y sin embargo cuántas veces vemos sin ver, respiramos sin oler, tragamos sin degustar, tocamos sin sentir, oímos sin escuchar.

Y no porque nuestros sentidos estén dormidos o estén dañados, sino simplemente porque mentalmente estamos cerrados a la percepción.

Así de simple.

Cuando una persona cualquiera, de quien sepa no tiene problema auditivo alguno, me dice que no tiene oído, que es un verdadero sordo, etc. casi siempre con un dejo de resignación y casi esperando que exista alguna manera de hacer música sin escucharla, rápidamente les digo lo que ya todos sabemos aunque nos cueste aceptar: lo único que se requiere para desarrollar una habilidad es práctica.

Así de simple.

Sin excusas.

Un oído medianamente sano es absolutamente capaz de percibir y enviar la información al cerebro.Si el oído oye pero el cerebro no escucha, claramente el problema no está en el oído sino en el cerebro que no sabe o no quiere escuchar.

¿Necesito decir lo importante que es saber escuchar?

El saber es una herramienta, una capacidad que se obtiene por aprendizaje o por talento. El talento es un savoir fair, un saber hacer sin saber cómo se sabe. Y como no se sabe qué lo provoca tampoco se sabe de dónde viene ni cuál es su alcance. Está o no está, es una característica tan única como las huellas digitales. Está, y si está es bueno usarlo. Pero como nadie nace con un manual del usuario, no sabemos que está hasta que se presenta la oportunidad y se muestra a sí mismo. En el caso del oído, un talento es el oído absoluto.

El aprendizaje, por el contrario, es bastante más claro: se sabe de dónde viene, a dónde va, a qué se aplica, y hasta cuánto tiempo tomó el adquirirlo. El aprendizaje es una forma gradual de obtener el saber.
No todos nacemos con oído absoluto, la capacidad de escuchar en forma distinta y con claridad cada sonido y su relación a aquello que lo produce y su afinación de acuerdo a una escala de sonidos.

No, no todos tenemos oído absoluto como talento pero todos, (con un aparato auditivo medianamente sano), podemos adquirirlo mediante la práctica y el aprendizaje.

Cuánto tiempo y a qué grado de percepción se llegue no depende más que del interés que se tenga en adquirir dicha capacidad.

Como en cualquier experiencia en la vida el nivel de interés y compromiso es directamente proporcional a la intensidad y alcance de lo que se experimenta.

Así de simple.

Cuanto más tiempo y atención estemos dispuestos a comprometer, tanto más intensa y profunda es la experiencia.

Y cuanto más nos sumergimos en la experiencia, en el momento, más rica y completa es la percepción.

Cuanto más rica y completa la percepción, mayor es el nivel de disfrute y por ende mayor la capacidad de proporcionarnos felicidad.

Como ya sabemos, el sonido es una onda que viaja en el espacio y a través de los objetos. Nuestro cuerpo es físico, la representación material de nuestro ser. Su materia es sensible a las ondas sonoras. El sonido atraviesa la totalidad del cuerpo. Estas ondas sonoras vibran en todo nuestro ser. El aparato auditivo es sólo la parte más sensible al sonido y que más inmediata y claramente lo transmite al cerebro. No es casual que las  orejas estén pegadas al cráneo.

Pero a no olvidar que el cuerpo entero percibe el sonido, como es evidente cuando asistimos a un recital o una disco donde los decibeles son tan altos que claramente percibimos estas vibraciones desde la planta de los pies hasta la cabeza.

En un mundo que nos aturde con su sobrecarga de información visual, sonora, olfativa, etc. es paradójico que no nos permita el tiempo mínimo necesario para ahondar en la percepción.

No son los sentidos que no funcionan, es la sobredosis, el exceso lo que nos hace inmunes a la percepción.
Pero, sabiendo esto, viéndolo con claridad, solo nos queda aceptar que nadie nos va a dar el permiso y la oportunidad para ampliar nuestra percepción, para disfrutar más de lo que ya tenemos, porque es evidente, no es rentable detenerse a disfrutar sino continuar acumulando. Y cuanto más acumulamos, menos capaces somos, más inmunes nos tornamos al disfrute. La flor más perfecta, el rostro más bello, la melodía más dulce se tronan insufribles con el exceso de la repetición. Nuestro platillo favorito es intragable si es lo único que comemos cada día, varias veces al día.


No, nadie nos va a dar el permiso. Somos nosotros quienes podemos darnos ese permiso. Y nadie más. No depende de la edad, ni de la capacidad de ahorro. No depende de la compañía, ni del lugar donde estamos. Sólo depende de nosotros. Aquí y ahora. Donde sea que estemos. Como sea que estemos.