22 abril 2011
La voz, más que un medio de expresión.
El aparato vocal es, junto con otras características físicas, una de las más claras diferencias que tenemos respecto a los animales. Es complejo tanto como frágil. Es rico en posibilidades, tanto como las capacidades del cerebro humano de expresar ideas al igual que emociones.
Para poseer un aparato vocal, fué necesario un desarrollo que abarca lo concreto tanto como lo abstracto, lo emocional tanto como lo intelectual.
Las finas y delicadas cuerdas vocales que tan cotidianamente utilizamos y hasta forzamos, casi sin prestarles mayor atención, son el producto de la separación de la faringe y laringe, cosa que sucede luego del período de lactancia.
Y tiene lógica: un bebé lactante ciertamente no tiene manejo del lenguaje, su cerebro no está suficientemente desarrollado para comprender y ejercitar la simbología linguística. A un lactante humano, tanto como a los animales en general les alcanza con emitir sonidos básicos para expresar sentimientos y necesidades igualmente básicas.
Y así como la madurez nos trae pensamientos cada vez más complejos, también se complejizan los sentimientos y desde luego, el cuerpo físico acompaña.
Si hemos de pensar una trilogía básica en el ser humano, no podemos escapar a la evidente: mente, cuerpo, espíritu.
El mero devenir de la vida nos enriquece en experiencias que, no siempre, somos capaces de procesar y expresar.
Aquella fuerte conexión emocional espiritual y física que gozábamos en nuestra infancia se va perdiendo gracias a traumas varios y mandatos sociales.
Como resultado la capacidad creativa se va acotando a medida que el conocimiento y las restricciones culturales van delineando sus caminos, tanto como las emociones encuentran topes que, finalmente, se reflejan en su contraparte física.
Enfrentados al desbalance social y cultural mente, cuerpo y espíritu van desdibujando su individualidad para adaptarse a un medio que les exige ser lo que no son.
¿Quién soy? Es la pregunta más difícil de responder, y aunque muchos creen tener la respuesta, la realidad es que rara vez estamos seguros.
Sin embargo no faltan quienes aseguren poder ofrecer tal respuesta: religiones, psicología, filosofía, medicina, gurús, videntes, amigos y familiares nos ofrecen su visión.
La palabra más calificada, la más objetiva, la verdadera es, a pesar de todo, la única que no se expresa: la propia.
Esta palabra, esta voz, tan única e irrepetible en cada ser humano como sus huellas digitales, como su propia vida es la que vale.
Por largos años me he dedicado al estudio de mi propia voz, en principio, y luego a la voz de los otros.
Tantos otros años de enseñanza en el campo de la voz me dieron no sólo la posibilidad de entender la voz humana sino también su función como medio de expresión física del alma y el intelecto.
Encontré que, para ser un buen cantante, realmente ser capaz de expresarse en forma única, bella y completa es necesaria la armonía de esta "divina trinidad", mente, cuerpo y espíritu. Pero lo más enriquecedor fué descubrir, no sin inmenso placer, que Todas las voces son bellas.
Lentamente fué desarrollándose una técnica de trabajo vocal que permite el autoconocimiento desde dentro y a partir de lo físico para lograr, no sin esfuerzo, una armonía tal que lo expresado sea, sin dudas, una muestra cabal de la persona que canta.
Y esto es lo que ofrezco: el desarrollo de las herramientas necesarias para el autoconocimiento. De allí, la armonía. Lo que no puedo, sin embargo, es moldear el ser, sino señalar las puertas que cada quien ha de abrir para encontrar, de una vez, lo más bello que se nos ha regalado: VOZ PROPIA.
Para poseer un aparato vocal, fué necesario un desarrollo que abarca lo concreto tanto como lo abstracto, lo emocional tanto como lo intelectual.
Las finas y delicadas cuerdas vocales que tan cotidianamente utilizamos y hasta forzamos, casi sin prestarles mayor atención, son el producto de la separación de la faringe y laringe, cosa que sucede luego del período de lactancia.
Y tiene lógica: un bebé lactante ciertamente no tiene manejo del lenguaje, su cerebro no está suficientemente desarrollado para comprender y ejercitar la simbología linguística. A un lactante humano, tanto como a los animales en general les alcanza con emitir sonidos básicos para expresar sentimientos y necesidades igualmente básicas.
Y así como la madurez nos trae pensamientos cada vez más complejos, también se complejizan los sentimientos y desde luego, el cuerpo físico acompaña.
Si hemos de pensar una trilogía básica en el ser humano, no podemos escapar a la evidente: mente, cuerpo, espíritu.
El mero devenir de la vida nos enriquece en experiencias que, no siempre, somos capaces de procesar y expresar.
Aquella fuerte conexión emocional espiritual y física que gozábamos en nuestra infancia se va perdiendo gracias a traumas varios y mandatos sociales.
Como resultado la capacidad creativa se va acotando a medida que el conocimiento y las restricciones culturales van delineando sus caminos, tanto como las emociones encuentran topes que, finalmente, se reflejan en su contraparte física.
Enfrentados al desbalance social y cultural mente, cuerpo y espíritu van desdibujando su individualidad para adaptarse a un medio que les exige ser lo que no son.
¿Quién soy? Es la pregunta más difícil de responder, y aunque muchos creen tener la respuesta, la realidad es que rara vez estamos seguros.
Sin embargo no faltan quienes aseguren poder ofrecer tal respuesta: religiones, psicología, filosofía, medicina, gurús, videntes, amigos y familiares nos ofrecen su visión.
La palabra más calificada, la más objetiva, la verdadera es, a pesar de todo, la única que no se expresa: la propia.
Esta palabra, esta voz, tan única e irrepetible en cada ser humano como sus huellas digitales, como su propia vida es la que vale.
Por largos años me he dedicado al estudio de mi propia voz, en principio, y luego a la voz de los otros.
Tantos otros años de enseñanza en el campo de la voz me dieron no sólo la posibilidad de entender la voz humana sino también su función como medio de expresión física del alma y el intelecto.
Encontré que, para ser un buen cantante, realmente ser capaz de expresarse en forma única, bella y completa es necesaria la armonía de esta "divina trinidad", mente, cuerpo y espíritu. Pero lo más enriquecedor fué descubrir, no sin inmenso placer, que Todas las voces son bellas.
Lentamente fué desarrollándose una técnica de trabajo vocal que permite el autoconocimiento desde dentro y a partir de lo físico para lograr, no sin esfuerzo, una armonía tal que lo expresado sea, sin dudas, una muestra cabal de la persona que canta.
Y esto es lo que ofrezco: el desarrollo de las herramientas necesarias para el autoconocimiento. De allí, la armonía. Lo que no puedo, sin embargo, es moldear el ser, sino señalar las puertas que cada quien ha de abrir para encontrar, de una vez, lo más bello que se nos ha regalado: VOZ PROPIA.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)