05 julio 2011

De Belleza y de Límites.

Una alumna me preguntó hace poco a qué edad la voz pierde el buen sonido.

Entendí que lo que me preguntaba era si tenía sentido para ella el trabajo vocal, si acaso era ya tarde para intentarlo.

Pero también comprendía que sus temores se fundaban en dichos y supuestos basados más bien en el costado más competitivo, y por tal, limitado del ejercicio de arte y en general del ser humano.

Inmediatamente le dije lo que creo y cotidianamente compruebo: una voz sana, en práctica vocal sana Nunca pierde su buen sonido. 

Este sonido puede, debe y va a cambiar ya que la voz no es más que la representación sonora de nuestro estado físico, mental y espiritual. 

Tal cambio no debe restar ni limitar sino por el contrario, ha de sumar calidez, calidad, expresividad y sobre todo habilidad en uso de las herramientas del instrumento vocal. Aquello que se practica regularmente y con placer no puede sino mejorar.

Incluso una mente, espíritu y cuerpo perturbados, si logran liberarse en el ejercicio del arte son tan capaces como cualquier otro de crear belleza. Y quien crea belleza se embellece. 

Y sí: los parámetros físicos, al cambiar, al madurar, van a afectar directamente al color, rango y forma. 

¿Pero es ésto "malo" per se?

¿Acaso es malo cambiar, crecer, madurar?

Particularmente encuentro delicioso el percibir estos cambios, la forma en que la vida misma se revela en el momento de expresión artística en un nivel más profundo del alcanzado por la voluntad.Y es que la voluntad del individuo se encuentra superada en aquel instante donde se entrega completamente a la expresión de belleza artística, y es entonces, en ése fluir del éxtasis que encuentro yo el reflejo de lo Divino, de lo universal
.  
Cierto es que para el canto lírico estos cambios que vienen con la edad no lo favorecen. Pero esto se debe más bien a que el canto lírico es a la música lo que el deporte de alta competición es a los juegos: una tarea más que un placer, o tal vez un ejercicio donde el placer pasa por la habilidad técnica y la competición.

Y la competición es, sin dudas, básicamente la comparación con los otros. La competición es una manera a veces solapada, otras (las más) claramente una forma de violencia. El floreo es un acto de soberbia. Es cierto que la voz, que el cuerpo es un instrumento, pero el ser humano es más que un simple instrumento por bello y refinado que sea, así como la vida es más que simplemente lo que produce. 

No existe la competencia sin el deseo de sobresalir, y para sobresalir hay que sobrepasar comparativamente al otro: hay que derrotarlo.

Desde luego que los físicos jóvenes y las mentes ayunas de experiencias son las más capacitadas para cualquier tipo de competencia. Desconocen el dolor pero también el placer. Ser joven implica no tener miedo pero socialmente se nos instruye desde nuestra más tierna edad a aceptar, reverenciar y temer a la autoridad con la promesa de, alguna vez, si es que nos sometemos completamente, llegar a ser nosotros la autoridad. 

Autoridad que nos compara, nos castiga y nos premia violentando nuestra escencia. La autoridad introduce la noción de miedo a lo desconocido, a lo diferente e inmediatamente se propone como fuente de rectitud, conocimiento y seguridad. De tal manera la autoridad diluye la angustia de enfrentar lo desconocido, nos entregamos "al que sabe". Los más jóvenes son, por tanto, material maleable y deseable por su virginal e indefenso estado y a tal estado, por mera conveniencia, se le otorga el calificativo de belleza.

Una habilidad formada por otros, al estilo de otros con el fin de complacer a otros produce el mismo placer que la exposición y competencia de animales adiestrados. O los concursos de belleza de niñitas. O las competencias de niños deportistas. Y tantos otros ejemplos igualmente terribles.

Un alma sensible se horroriza al comprobar que lo que se celebra y premia es, en definitiva, el quebranto de la voluntad del otro.

Se me dirá que los premios incluyen riquezas y comodidades. Les responderé que una jaula de oro es todavía una jaula. 

Pero quien sólo ve belleza en el efímero momento en que el capullo se abre en flor desconoce, criminalmente, la belleza de la semilla abriéndose en planta, de la flor naciendo en fruto y del fruto desarmándose en semilla. 

La belleza se encuentra en cada sutil detalle del proceso que se repite sin límites en su fragilidad, en su lento devenir, en la sucesión de vida y muerte que al fin son una misma cosa. Y sobre todo en lo único e irrepetible que se desprende de este movimiento de ser que se multiplica en innumerables posibilidades.

¿Y de dónde viene ésa tremendamente injusta, ciega, violenta idea de que la belleza tiene parámetros universales?

Pues de la misma historia violenta, ciega y tremendamente injusta de la humanidad, que se encadena en violencias similares devenidas en estructuras y sistemas.

La competición, la comparación, la violencia nada tienen que ver con el arte y la belleza.

Y no creo que estos conceptos sean extraños a ningún espíritu.

Claramente No estoy diciendo con ésto que el canto lírico y el deporte de alta competición sean malos. ¡En absoluto!

La pasión, la entrega absoluta a la superación y refinamiento son absolutamente encomiables siempre y cuando sea una decisión personal. Quienes encuentren placer en ello no pueden evitar siquiera el dejarse llevar por esa fuerza imparable que es la pasión. Forzar esa pasión en quien no la siente es una tarea ímproba cuyo resultado es el sufrimiento y la frustración.

Pero la alta competición también significa reglamentos, formas preestablecidas de entender y de ejercer una habilidad. La rigidez implícita en la estructura, en el comme il faut va en detrimento de aquello que es cada vez más dificil de encontrar:   La Creatividad.

Donde hay límites se limita la creatividad porque, justamente, lo que se busca es delimitar un campo de ejercicio. Y la creatividad, digámoslo de una vez, es justamente el ejercicio pleno de la libertad de acción y pensamiento en cualquier campo. La libertad y la limitación no pueden existir simultáneamente como dos cuerpos no pueden ocupar el mismo tiempo y espacio. La limitación y la libertad son absolutos no graduables: se es libre absolutamente o se es limitado absolutamente. Por tanto tampoco puede enseñarse a ser creativo, sino a utilizar correctamente, hábilmente, adecuadamente las herramientas necesarias para la expresión de la creatividad sea ya física o intelectual.

Suena razonable, y sin embargo incomoda un poco ¿Verdad? Provoca el escozor de lo revolucionario, de lo anárquico. Y sin embargo no es sólo una idea peregrina producto de una mala noche de sueño, es también la palabra y el entendimiento de grandes como Beethoven para quien según propias palabras, ninguna regla es más importante que la belleza. Y ciertamente el genial sordo rompió sin pruritos más de una regla de estilo, tanto que fué el creador e iniciador de lo que hoy conocemos como Estilo Clásico. Ni más ni menos.

Para Einstein  la imaginación es el primer paso hacia el conocimiento, y sin dudas la teoría no es sino un ejercicio pleno de la imaginación, donde quien tenga mayor creatividad y libertad de pensamiento se acercará más a la verdad. (recordemos a Colón, Galileo Galilei, Newton y Nicolai Tesla, ente otros)

Shakespeare "robaba" palabras al francés, el español y cualquier otra lengua que explicara mejor lo que quería expresar. El genio no se detenía ante los límites de la lengua. Tampoco Cortázar ni Arlt que han defendido a capa y espada su derecho a expresarse como mejor les sirviera. Dalí, Picasso, Pollock no se molestaron por acatar mansamente las reglas del estilo sino que las utilizaron como catapulta de nuevas formas de producir su arte. También lo entendieron así Charlie Parker, Miles Davies, Thelonious Monk, Piazzolla y tantos y tantas más.

Pero no me crean a mí, ni a tantos y tan grandes genios, intenten lo que ellos creían su primordial e inalienable derecho: piensen, razonen, mediten por sí mismos, con sus propios medios y como si nada se hubiese dicho ni escrito. Sin orgullos traten de llegar a la verdad por amor a la verdad misma. 

La primera cárcel es la mente: allí es dónde están los grilletes del miedo, del tiempo, de la limitación. Porque sentimos lo que pensamos y el cuerpo hace lo que la mente le pide. Sin excepción. 

Mi padre suele decir que con las computadoras no hay forma de razonar, ni violentar: ellas hacen exactamente lo que se les pide, de manera que si no obtenemos de ellas lo que deseamos es porque no les damos la orden correcta.

¿Cómo podemos dar una orden si no sabemos qué ordenar?

Tal vez debamos comenzar por reconocer nuestras limitaciones intelectuales, y el intelecto siempre está limitado por el conocimiento, y como es humanamente imposible recavar en una vida absolutamente todo el conocimiento del universo, es pues, imposible para el ser humano confiar completamente en un intelecto limitado. La estructura no es más que la limitación del conocimiento a un contexto dado.

La inteligencia es otra cosa. La inteligencia es ilimitada porque no depende del conocimiento acumulado: lo utiliza como herramienta pero lo supera, como el herrero supera al martillo. 

No, no me desvié por el camino de los maizales. Esta, en apariencia, gigantesca elipse nos devuelve al lugar de donde partimos: la limitación físico-temporaria de la voz.

El cuerpo no hace más que lo que la mente le pide. La inteligencia ágil siempre va a encontrar maneras de superar, saltear, rodear y/o utilizar cualquier parámetro dado para expresarse creativamente, libremente, completamente. 

Más allá de la competencia y la comparación existen nuevos horizontes sin límites esperando ser explorados.
Y la inteligencia es una cualidad que puede ejercitarse mas no asirse, y aunque los estructurados insistan en hacernos test y puntuar nuestras capacidades, la verdad es que no son más que límites impuestos por aquellos que necesitan una estructura para sentirse seguros dentro de sus barreras.

La estructura es el bastón del miedo.

Y la técnica no es nada sin el deseo irrefrenable por expresarse.

Pero el ser humano ha sido creado libre y completamente dotado para ejercer esa libertad, como cualquier otra criatura viva. 

Cuenta la historia que cierta vez una pianista muy dotada le pregunta a Mozart qué se necesita para ser una compositora genial como él. Mozart le responde que para ello requerirá largos años de estudios con grandes maestros, que deberá aprender historia, armonía, varios instrumentos, otros tantos años de práctica y finalmente, quizá, algún día llegaría a componer algo decente. 
-¡Pero Maestro- se queja la artista- Ud. compone desde los seis años!
- Cierto es. ¡Pero yo nunca le pregunté a nadie cómo hacerlo!

No renunciemos a la libertad que nos pertenece por derecho, no nos entreguemos a los miedos, a las comparaciones, a las supuestas limitaciones. 

La belleza no tiene límites ni conoce de perfección. Los límites y la perfección no son sino ideas y lo ideal se rinde ante la grandeza de lo real. Siempre.

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